Cookie disclaimer

Our site saves small pieces of text information (cookies) on your device in order to deliver better content and for statistical purposes. You can disable the usage of cookies by changing the settings of your browser. By browsing our website without changing the browser settings you grant us permission to store that information on your device. Estoy de acuerdo

None

Noches de terror bajo la encina

La carretera entre Montepulciano y Chiusi fue una vez muy peligrosa por la presencia de bandidos, magos y hechiceros, espíritus y seres infernales escondidos en el espeso bosque que cubría la zona. A menudo se encontraba pasando, a caballo, Antonio di Giulio Rossi, especialmente en las horas nocturnas. La noche del 6 de junio de 1690, los espíritus que siempre había evitado quisieron castigarlo, presentándose en una fila para atormentarlo. El pobre caminante se encontró frente a destellos siniestros, destellos sulfurosos, criaturas de aspecto horrible que hicieron cabalgar al caballo hasta hacerlo caer. Encontrado en el suelo a la mañana siguiente por la gente que pasaba, fue llevado al pueblo para ser curado. Después de algún tiempo, cuando pudo volver a emprender ese terrible camino, fue primero a colocar una imagen de la Virgen con el niño donde había arriesgado su vida, para que protegiera a quien pasara por ahí. La colocó en el hueco de una gran encina, de manera que no fuera removida o dañada. Desde ese momento, no hubo más visiones temerosas, las apariciones de los espíritus cesaron y no hubo más molestias. Rossi, por devota gratitud, pensó en hacer estable ese rudimentario tabernáculo sustituyendo la imagen original de poco valor por otra más bella, colocada en una capilla en mampostería. Pero cuando se trató de sacar a la Virgen del refugio de la encina, no se logró: una increíble resistencia soldó esa efigie al tronco. Todos los intentos fueron inútiles: hasta las hachas de los que trataron de cortar la madera se rompían. El prodigio atrajo a una gran multitud, y muchos pidieron gracia, obteniéndola. Se construyó una capilla en el lugar y luego la iglesia en la que se guarda la imagen y en el atrio el tronco de la encina, protegido por una puerta.